Los bancos estadounidenses han enfrentado problemas en los últimos días, lo que ha llevado a algunos expertos a temer por el regreso de la crisis financiera del 2008. Sin embargo, la situación actual tiene similitudes y diferencias con respecto a la crisis pasada. Si bien la crisis de 2008 se originó a partir de las hipotecas basura y la burbuja inmobiliaria, la crisis actual es principalmente de liquidez debido a la pérdida de valor de los bonos del Tesoro a largo plazo. A pesar de los ecos de IndyMac, Bear Stearns o Lehman Brothers, los analistas consideran que la gran banca no se debería ver muy afectada en esta crisis, y que la misma debería poder contenerse.
La Administración estadounidense ha intervenido inmediatamente, garantizando los depósitos y ofreciendo una línea de liquidez a los bancos para evitar la liquidación de bonos a largo plazo con pérdidas. Además, la gran banca ha respondido a un llamamiento del gobierno inyectando hasta 30.000 millones de dólares en el First Republic Bank en un esfuerzo por frenar el contagio. Esta respuesta coordinada y decisiva ha proyectado una señal de solidez del sector.
A diferencia de la crisis de 2008, actualmente los bancos están sujetos a una supervisión y regulación mucho más estrictas. Si bien algunos analistas y políticos apuntan a que una norma aprobada en 2018 pudo contribuir a esta crisis al exonerar a bancos medianos de algunas regulaciones, los expertos coinciden en que las normas siguen siendo hoy mucho más robustas y en que el sector bancario está más saneado.
En conclusión, aunque se debe vigilar la situación, los analistas consideran que esta crisis no debería ser el principio de la próxima crisis financiera. Los efectos sistémicos serán limitados, y las regulaciones bancarias actuales han contribuido a un sistema más transparente y con una base más sólida.